Autor del articulo Jon Juanma
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=79219
La obra que analizaremos hoy de Peter Paul Rubens, se llama “Autorretrato con Isabella Brandt en el jardín del amor”. El óleo sobre lienzo en madera se halla en la Alta Pinacoteca de Munich y tiene unas medidas de 178 cm de alto x 136,5 cm ancho.
Rubens fue un gran pintor del Barroco, supo imprimir a sus obras de dramáticas composiciones, el movimiento de sus anatomías representadas y las complejas veladuras de sutiles cambios de tonalidad, muy al gusto de la piedad barroca que después del Concilio de Trento, la Iglesia Católica pretendía insuflar a sus obras propagandísticas. Su cénit artístico lo consiguió sin duda con sus impresionantes “Descencimientos de la Cruz”, tema que abordó en repetidas ocasiones y que alcanzó la categoría de maestro por su fuerza, phatos y poderosa escenografía de corte “claroscurista”.
En la pintura que hoy analizamos, nos centramos en un ejemplo de autorretrato compartido, en él aparece el propio pintor con su primera esposa, Isabella Brandt, hija de un noble de Amberes. Según diversos historiadores del arte burgueses, el cuadro muestra al feliz matrimonio, unidos por el amor y el cariño, con referencias simbólicas clásicas en la iconografía de la época, como es el caso de la planta de madreselva que se halla en frente de la pareja y que simbolizaba por la época (y en los círculos cultos minoritarios que podían entenderlo) el amor y la fidelidad.
Al margen de estas obviedades iconográficas, fácilmente reconocibles para cualquiera que pueda y quiera estudiar la iconografía habitual y estipulada de la época del Barroco, lo más interesante es adentrarnos en la tercera fase de lectura del método de análisis de la imagen de Panofsky: la fase icónica. En esta fase destacaremos/esbozaremos el significado de la imagen en su contexto histórico, su función real. Para ello nos basaremos en el marxismo y en las lecciones críticas del especialista de arte John Berger.
Muchos historiadores liberales se preguntan el porqué Rubens, en este cuadro, prestó tanta atención a la minuciosa representación de los objetos y las calidades de los mismos (brillos, texturas visuales de las telas, etc). Estos autores no pueden desprenderse de su falsa concepción del “arte por el arte”, de las cosmovisión de su propia clase a la que normalmente pertenecen: la pequeña burguesía. Esta cosmovisión no sólo la aplican a su día a día sino a la propia historia falseándola, consciente o incoscientemente, y adecuándola a sus intereses, preocupaciones o ausencia de las mismas. Por esta razón, jamás entenderán algo obvio para personas que busquen la verdad, y un análisis no condescendiente con nada ni con nadie en la obra de arte. Y en este caso, lo cierto es que el sencillo motivo por el que Rubens se esmeró tanto en la recreación fidedigna y verosímil de las cualidades de los vestidos que vestían a su persona y a su esposa era porque quería hacer un alarde de las riquezas materiales que podía poseer. Todos esos vestidos caros, y su mujer, de “buena familia”, no eran sino posesiones que merecían ser inmortalizadas en un lienzo, documento ilustrativo de las propiedades de su público-propietario.
En aquellos años no existían las cámaras fotográficas y Rubens (de 33 años y en carrera ascendente) necesitaba pregonar al posible público de su lienzo (gentes de su círculo económico-social) lo que él valía por medio de lo que él podía poseer y de hecho poseía (ya se sabe “tanto tienes, tanto vales” máxima del capitalismo actual y pasado).
Por tanto y pese a la falta de poesía que esto pueda suponer para los críticos de arte burgueses, lo cierto es que Rubens pintó de este modo porque quería presumir de buena ropa y estatus, del mismo modo que si un rico de nuestra época se fotografiara junto a su piscina o su Ferrari. Lamentable pero cierto, tanto ayer como hoy.
Como decía Suzi Gablick, para entender una obra de arte, debemos también entender su función social en su contexto histórico. Su función social real, no la que nos quiere hacer ver o la que oficialmente se nos esgrime como auténtica, añado yo.
Rubens fue un importante diplomático y quizás el artista más cotizado de su época. Precisamente el año que realizó este cuadro, el pintor fue contratado como pintor de la corte del archiduque Alberto y su esposa Isabel, gobernadores españoles en los Países Bajos. El contrato lo liberaba de las normas de los (todavía) fuertes gremios y lo eximía de pagar impuestos, además de percibir un salario anual base de 500 florines, sin contar encargos (un buey costaba en la época 90 florines y un buen retrato se cobraba aproximadamente a 60 florines, cuando según Arnold Hauser en su mejor momento Rubens cobraba 100 florines por día de trabajo).
Además Rubens, pudo realizar una obra ingente gracias a su taller pictórico, en el que aplicaba métodos de manufactura en la organización del trabajo artístico. La escrupulosa selección de artistas especializados de primer orden como Van Dyck y Jordaens (que llegaban a realizar en algunos casos todo el cuadro excepto manos y rostros) también le ayudó a aceptar gran número de encargos en breve plazo. Por otra parte, dicen que en su taller había un número no inferior a un centenar de asalariados y esclavos que ayudaban con las tareas más penosas de la producción pictórica. Sólo así se entiende que se le atribuya al pintor flamenco la autoría de una ingente cantidad de cuadros, muy por encima de los más prolíficos autores de su tiempo.
Rubens fue un buen artista, un gran maestro, pero también un hombre de alto standing de su época, un alto funcionario de la Corte que rodeado de importantes influencias supo aprovecharse de las mismas para impulsarse como pintor y vivir en la riqueza típica de una fortuna principesca, lo que entre otras cosas le hizo construirse su famoso palacio-taller de Amberes y vivir una vida rodeado de lujos. Un tipo listo este Rubens, quizás no tan pillo/pícaro/cara-dura como Miquel Barceló, pero seguro que mucho mejor pintor y más confiado autor. Como prueba un botón, en boca del propio aristocrático flamenco:
“Mi talento es tal que ninguna empresa, por muy grande y variada en su objeto que sea, podría superar mi confianza en mí mismo”
En la confianza, desde luego que no. Descanse en paz.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=79219
La obra que analizaremos hoy de Peter Paul Rubens, se llama “Autorretrato con Isabella Brandt en el jardín del amor”. El óleo sobre lienzo en madera se halla en la Alta Pinacoteca de Munich y tiene unas medidas de 178 cm de alto x 136,5 cm ancho.
Rubens fue un gran pintor del Barroco, supo imprimir a sus obras de dramáticas composiciones, el movimiento de sus anatomías representadas y las complejas veladuras de sutiles cambios de tonalidad, muy al gusto de la piedad barroca que después del Concilio de Trento, la Iglesia Católica pretendía insuflar a sus obras propagandísticas. Su cénit artístico lo consiguió sin duda con sus impresionantes “Descencimientos de la Cruz”, tema que abordó en repetidas ocasiones y que alcanzó la categoría de maestro por su fuerza, phatos y poderosa escenografía de corte “claroscurista”.
En la pintura que hoy analizamos, nos centramos en un ejemplo de autorretrato compartido, en él aparece el propio pintor con su primera esposa, Isabella Brandt, hija de un noble de Amberes. Según diversos historiadores del arte burgueses, el cuadro muestra al feliz matrimonio, unidos por el amor y el cariño, con referencias simbólicas clásicas en la iconografía de la época, como es el caso de la planta de madreselva que se halla en frente de la pareja y que simbolizaba por la época (y en los círculos cultos minoritarios que podían entenderlo) el amor y la fidelidad.
Al margen de estas obviedades iconográficas, fácilmente reconocibles para cualquiera que pueda y quiera estudiar la iconografía habitual y estipulada de la época del Barroco, lo más interesante es adentrarnos en la tercera fase de lectura del método de análisis de la imagen de Panofsky: la fase icónica. En esta fase destacaremos/esbozaremos el significado de la imagen en su contexto histórico, su función real. Para ello nos basaremos en el marxismo y en las lecciones críticas del especialista de arte John Berger.
Muchos historiadores liberales se preguntan el porqué Rubens, en este cuadro, prestó tanta atención a la minuciosa representación de los objetos y las calidades de los mismos (brillos, texturas visuales de las telas, etc). Estos autores no pueden desprenderse de su falsa concepción del “arte por el arte”, de las cosmovisión de su propia clase a la que normalmente pertenecen: la pequeña burguesía. Esta cosmovisión no sólo la aplican a su día a día sino a la propia historia falseándola, consciente o incoscientemente, y adecuándola a sus intereses, preocupaciones o ausencia de las mismas. Por esta razón, jamás entenderán algo obvio para personas que busquen la verdad, y un análisis no condescendiente con nada ni con nadie en la obra de arte. Y en este caso, lo cierto es que el sencillo motivo por el que Rubens se esmeró tanto en la recreación fidedigna y verosímil de las cualidades de los vestidos que vestían a su persona y a su esposa era porque quería hacer un alarde de las riquezas materiales que podía poseer. Todos esos vestidos caros, y su mujer, de “buena familia”, no eran sino posesiones que merecían ser inmortalizadas en un lienzo, documento ilustrativo de las propiedades de su público-propietario.
En aquellos años no existían las cámaras fotográficas y Rubens (de 33 años y en carrera ascendente) necesitaba pregonar al posible público de su lienzo (gentes de su círculo económico-social) lo que él valía por medio de lo que él podía poseer y de hecho poseía (ya se sabe “tanto tienes, tanto vales” máxima del capitalismo actual y pasado).
Por tanto y pese a la falta de poesía que esto pueda suponer para los críticos de arte burgueses, lo cierto es que Rubens pintó de este modo porque quería presumir de buena ropa y estatus, del mismo modo que si un rico de nuestra época se fotografiara junto a su piscina o su Ferrari. Lamentable pero cierto, tanto ayer como hoy.
Como decía Suzi Gablick, para entender una obra de arte, debemos también entender su función social en su contexto histórico. Su función social real, no la que nos quiere hacer ver o la que oficialmente se nos esgrime como auténtica, añado yo.
Rubens fue un importante diplomático y quizás el artista más cotizado de su época. Precisamente el año que realizó este cuadro, el pintor fue contratado como pintor de la corte del archiduque Alberto y su esposa Isabel, gobernadores españoles en los Países Bajos. El contrato lo liberaba de las normas de los (todavía) fuertes gremios y lo eximía de pagar impuestos, además de percibir un salario anual base de 500 florines, sin contar encargos (un buey costaba en la época 90 florines y un buen retrato se cobraba aproximadamente a 60 florines, cuando según Arnold Hauser en su mejor momento Rubens cobraba 100 florines por día de trabajo).
Además Rubens, pudo realizar una obra ingente gracias a su taller pictórico, en el que aplicaba métodos de manufactura en la organización del trabajo artístico. La escrupulosa selección de artistas especializados de primer orden como Van Dyck y Jordaens (que llegaban a realizar en algunos casos todo el cuadro excepto manos y rostros) también le ayudó a aceptar gran número de encargos en breve plazo. Por otra parte, dicen que en su taller había un número no inferior a un centenar de asalariados y esclavos que ayudaban con las tareas más penosas de la producción pictórica. Sólo así se entiende que se le atribuya al pintor flamenco la autoría de una ingente cantidad de cuadros, muy por encima de los más prolíficos autores de su tiempo.
Rubens fue un buen artista, un gran maestro, pero también un hombre de alto standing de su época, un alto funcionario de la Corte que rodeado de importantes influencias supo aprovecharse de las mismas para impulsarse como pintor y vivir en la riqueza típica de una fortuna principesca, lo que entre otras cosas le hizo construirse su famoso palacio-taller de Amberes y vivir una vida rodeado de lujos. Un tipo listo este Rubens, quizás no tan pillo/pícaro/cara-dura como Miquel Barceló, pero seguro que mucho mejor pintor y más confiado autor. Como prueba un botón, en boca del propio aristocrático flamenco:
“Mi talento es tal que ninguna empresa, por muy grande y variada en su objeto que sea, podría superar mi confianza en mí mismo”
En la confianza, desde luego que no. Descanse en paz.
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